Desde el inicio de la humanidad, el hombre ha sentido la necesidad de transmitir en las paredes la realidad de su propia cultura. Hace más de 40.000 años, el denominado “Arte Rupestre”, dibujaba, pintaba y grababa sobre rocas o la tierra, representaciones artísticas vinculadas a los sistemas económicos, sociales, religiosos y geográficos que en ese entonces imperaban y representaban al ser humano.
Hoy, en un mundo globalizado, muy distinto al de 40.000 años atrás, muchas veces nos cuesta volver a los orígenes y/o encontrar nuestra identidad. Actualmente, además de ser los diarios de vida de un lugar y convertirse en vitrinas de la realidad, los muros son un espacio en que los artistas conectan con sus raíces. Conversamos con la muralista chilena Estefania Leigthon y el artista visual mapuche Alexis Mariqueo quienes, han encontrado en el arte, un lugar de reencuentro con sus raíces.
Por estos días, es normal ver murales y graffitis dibujados a lo largo de todo el país -y el mundo-. Cada muro revela una historia. Valparaíso destaca y nos maravilla por sus colores y la cantidad de arte callejero que tiene, pero no siempre fue así.
El “arte callejero” nace en los barrios pobres de Nueva York. Eran los años 60 cuando comenzaron a verse los primeros grafitis, todo esto bajo la “Cultura del Hip Hop”. En nuestro país -producto de la dictadura- las influencias de aquella cultura tardaron un par de décadas en llegar. El graffiti se hizo presente recién en los años 90, cuando jóvenes que habían conocido algunas expresiones de la cultura callejera en el extranjero, volvieron a Chile con sus familias exiliadas.
Sin embargo, dentro de nuestro país existió un factor fundamental que ayudó a sentar las bases del arte callejero en Chile: el muralismo político.
El muralismo político inició en los años 60, cuando los partidos políticos buscaban entregar su mensaje de forma masiva. Desde aquel entonces, el muralismo no se detuvo nunca. Si bien tuvo que bajar -por razones obvias- su fuerza durante la dictadura, siempre significó un signo de resistencia política y una forma de entregar un mensaje claro a grandes públicos.
De esta forma, el muralismo desde sus inicios que no es solo una demostración estética.Va mucho más allá, con un mensaje, idea o pensamiento claro que el artista busca transmitir a las masas. Según el sociólogo Pierre Francastel en su libro “Sociología del arte”, el arte no solo es puro placer estético, sino una producción social en una estrecha relación con su ambiente político, religioso y científico.
La capacidad que tiene el artista de plasmar una realidad, comunicarla y hacerla sentir a otros, es única. Lecsy Tejeda del Prado menciona en “Creación artística e identidad cultural” que “Ese ejercicio constante de buscar la esencia de los fenómenos los hace más conscientes de su propia transformación y de la responsabilidad que significa la creación cultural de nuestra sociedad”.
Del recuerdo a la pintura, de la pintura a las raíces: la historia de Alexis Mariqueo.
Alexis Mariqueo (34) demostró su talento para el dibujo desde los cinco años, pero no fue hasta los doce que le tomó importancia a lo que hacía. Su hermano mayor -que hacía grafitis en ese entonces- fue quien lo motivó a llevar su arte a las calles.
Alexis siempre acompañaba a su hermano y lo veía pintar, pero un día, con solo doce años, le ganó la curiosidad y quiso experimentar con sus propias manos. Llamó a un grupo de amigos, reunieron las pinturas que tenían en sus casas y las lanzaron a la pared. Desde ahí, nunca dejó de pintar.
Si hoy le preguntas a Alexis cómo definiría su trabajo, esta es su respuesta: “Mi trabajo sería conciencia social, porque va abarcando las raíces, abarca todo en realidad. Lo que soy como persona, se refleja en los murales”.
Si bien hoy el sentido identitario del artista es fuerte y lo reconoce a través de su obra, no siempre fue así. Su trabajo actualmente tiene una fuerte inspiración de la cultura y mundo mapuche, pero cuando inició sus primeras pinturas, no era en lo que se enfocaba.
“Al principio no me enfocaba bien en el tema de mis raíces porque cuando uno es chico igual recibe discriminación, sobre todo acá en Santiago. Ahora como que se está abriendo más el tema del mapuche”, nos cuenta Alexis.
Pero pasado el tiempo, sus raíces lo llamaron
Alexis no nació en territorio mapuche. Sus papás -con tan solo 17 años- tuvieron que migrar a la capital por razones económicas. Al estar lejos, Alexis siente que creció desconectado de sus raíces, pero fue en el dibujo dónde encontró un puente y una forma de reencontrarse con ellas.
Al pintar, inmediatamente llega un recuerdo a la mente de Alexis: los viajes al sur de su infancia. La flora, fauna y gente del Wallmapu (territorio mapuche) lo llenan de lindos recuerdos que con el tiempo se convirtieron en la mayor fuente de inspiración para sus pinturas.
Pero también Alexis sintió la necesidad de preguntarse quién era él y qué lo identificaba como artista. “A raíz de eso entendí que yo tengo que mostrar lo que soy”, afirma el artista visual mapuche.
Actualmente, busca “demostrar, enseñar y educar a la gente con respecto a qué es el pueblo mapuche. Así que tengo ahí una labor grande y la asumo con orgullo, con respeto igual, tratando de no pasar a llevar a las raíces, de saber siempre que con respeto y sabiduría se pueden lograr muchas cosas”, dice Mariqueo.
Un viaje a las raíces de Latinoamérica, el muralismo de Stfi Leighton.
Estefanía Leigthon (33) siempre fue creativa y sintió una conexión con los murales. No recuerda con exactitud su edad, pero tenía aproximadamente 10 años cuando sus pies se anclaron al suelo. Mientras su familia la llamaba para que siguiera caminando, sus ojos, fijos en el muro, recorrían cada forma, color y figura observable en la pared. El hábito nunca desapareció.
“Yo tengo el recuerdo de ver los grafitis en la calle, ver los murales y cautivarme sin saber que eso se llamaba grafiti, que se llamaba mural. Me hizo vibrar, algo me pasó y no supe qué fue”, relata Stfi.
Lo que partió como un juego de niña, se convirtió en un hábito frecuente: observar murales y grafitis. Con los años conoció sus nombres, luego comenzó a reconocer las firmas de los artistas, se hizo amigos y amigas del medio, aprendió a identificar sus estilos y a entender sus mensajes. Fueron 10 años de observación y aprendizaje. Aun así, Stfi no se atrevía a pintar.
En paralelo a su hobbie, estudió diseño de vestuario. Como lo de ella siempre fue ser creativa y usar sus manos, exploró el mundo del vestuario teatral. Le fue excelente, aprendió mucho del trabajo en equipo, de disciplina y de puntualidad.
Un día, en una de sus clásicas observaciones de arte callejero, un amigo la motivó a pintar su propio mural: “Lo pasé muy bien. Lo sentí como terapéutico, me sentí como ensimismada entre la pintura, yo, mis pensamientos”, dice Stfi. Así comenzó a realizar sus primeros murales en sus tiempos libres.
Dos años después, a mediados del 2013 y tras una exitosa carrera como diseñadora -que no se detuvo desde que la comenzó-, decidió realizar una investigación textil por Latinoamérica de dos meses.
Los dos meses se convirtieron en dos años. Y la investigación textil se convirtió en un viaje por las raíces de Latinoamérica a través del muralismo.
Viajó de Chile a Bolivia, de ahí a Perú, después a Ecuador y por último a Colombia. Todo la sorprendió, la cultura, las personas, el lenguaje, la comida y, sobre todo, las raíces.
Se dio cuenta que el sentimiento que tenía de niña, eso que la hacía vibrar, estaba justamente ahí, en la pintura, y su inspiración estaba en aquello que estaba viviendo, en el contacto con las raíces, pueblo y cultura latinoamericana: “Esto me mueve, me emociona y no quiero tomarme de esto así como de la nada, pero respetuosamente quiero aprender y ¿cómo me vinculo a este proceso? La pintura fue el camino”, comenta Stfi.
Así fue como vivió dos intensos años de autoconocimiento y enriquecimiento cultural gracias a la pintura. La muralista recuerda que: “Era muy emocionante todo mi viaje y eso fue inevitable poder plasmarlo de una manera constructiva a través de mi pintura y a través de los murales”.
Hoy siente que tiene un contenido auténtico, un reflejo de los mensajes que la van cautivando. Además, cree que el muralismo es una “vitrina para decir tantas cosas importantes. No sé, las ciudades hablan y a mí antes me habían hablado de publicidad, de consumir, de capitalismo, de estándares de belleza, entonces sentí que ese era el mejor lugar para poder hacer contracultura, de volver a la raíz y amarnos como somos”.
Hoy ve en el muralismo una posibilidad de democratizar el arte y transmitir su mensaje: “Esto de que el arte sea para todes y que esté disponible para quien le haga sentido es algo muy bonito y que aprecio mucho. Sacarlo de los museos y que a quien sea que le conmueva, le pueda cambiar la vida como a mí me la cambió”.