¿Cómo fue que perdimos el rumbo y, en vez de crear la Tierra Prometida, fuimos construyendo este sistema de abuso, violencia y mentira que estalla hoy en Chile y en todas partes? Íbamos bien. En los largos milenios del Paleolítico no hubo guerra ni desigualdad social alguna y la espiritualidad honraba la naturaleza, celebrando gozosa el sexo, el cosmos, la comunidad y la vida. Pero, hace unos veinte mil años, todo cambió. Comenzaron las armas, el enemigo, la esclavitud, el forzoso sometimiento de las mujeres a la mudez y la servidumbre. La validación social del odio y del egoísmo. Y la espiritualidad dirigió ciega adoración hacia dioses invisibles, guerreros y vengativos.
Nadie sabe cómo ocurrió el formidable cortocircuito, el colosal desequilibrio. Pero sí constatamos sus efectos: la desconexión y polarización en opuestos de las dos energías esenciales de lo humano, obviamente diseñadas para funcionar en armonía, en dinámico acuerdo. Cada una de ellas instalada en una mitad exacta de nuestro cerebro. El hemisferio izquierdo se encarga del foco, el concepto, la estructura, la lógica, la letra, el proyecto.
El derecho nos brinda la empatía, el sentido, la interrelación de todas las cosas, la danza precisa del tiempo y la oportunidad, la música, el presente. Tradicionalmente, esta función de percepción enfocada y gestión lineal del cerebro izquierdo ha sido llamada masculina, con el falo mismo como elocuente símbolo. La percepción empática y la eficiente capacidad de compartir del cerebro derecho, femenina, con la vagina y su magnetismo generoso como emblema supremo. En la naturaleza, ambas energías se atraen irresistiblemente, y hacen el amor.
No así en el sistema social enfermo que sufrimos hace veinte mil años. En el patriarcado no se hace el amor, se hace la guerra. Todos los días, a toda hora, en la familia, en el trabajo, en la política, en la pareja, adentro de la propia cabeza. Hay que tener la razón; el otro está por definición equivocado. La guerra con nosotros mismos -con el otro interior que también somos- es la más destructiva de todas, y de ahí parten todas las demás. La mágica fuerza del sexo, hecha para unir, se distorsionó y contaminó en la mente humana, convirtiendo el don en obsesión, infundiéndonos culpa, miedo, ardores de conquista y violación en vez de paraíso. El regalo sexual de nuestra parte masculina, la pasión, la calentura, desconectado, separado del regalo de nuestro femenino, el erotismo y el orgasmo. Hombres calientes de la cintura para abajo, congelados de la cintura para arriba. Mujeres apasionadas de corazón, pero paralizadas por prohibición ancestral de la cintura para abajo.
Pero el cambio ya llegó al alma y al mundo y es imparable. El impulso evolutivo de la humanidad está generando una sanación drástica de este daño universal. Lo femenino sale de la oscuridad y va revelándonos sus riquezas, atrayendo al masculino a una danza nueva y antigua, la de compartir. Muchos seres humanos ya están viviendo el fluir simultáneo de sus dos hemisferios cerebrales, poderosos en su masculino, sabios en su femenino. Sanándonos nosotros mismos, vamos por cierto sanando la sociedad. ¡La revolución erótica ya está aquí: el sexo, el corazón y la luz se alinean en invencible alquimia!