Muchos pensamos que la explotación laboral en la industria textil se inició con la masificación de marcas fast fashion, aquellas industrias que producen toneladas de prendas de vestir que son comercializadas en todo el mundo. Sin embargo, en Ecuador, la esclavitud laboral en la industria textil no inicia con este hito, sino con la colonización europea en América bajo el nombre de obrajes.
Los obrajes pueden definirse como pequeñas industrias dedicadas a la fabricación de tejidos de algodón, cabuya y lana; así como manufactura de sombreros, costales, ponchos, frazadas, bayetas y alpargatas. Según Borchart de Moreno (1995), estas industrias surgieron en la época colonial (1534 – 1809), por lo que estaban dominadas por europeos. Funcionaron como una fuente alternativa de enriquecimiento tras el agotamiento, explotación y saqueo de tesoros de oro, plata y bronce. Gracias a nuestra privilegiada ubicación y variedad climática, la producción agropecuaria fue el siguiente foco de explotación, especialmente el cultivo de algodón y la crianza de ovejas.
Cuando se estableció un sistema urbano y administrativo en el Ecuador (1593), la élite dio prioridad a la producción textil. Vastos campos andinos eran destinados a la crianza de ovejas y las haciendas poco a poco se fueron convirtiendo en los obrajes. Quito, Latacunga, Riobamba, Otavalo y Ambato constituyeron los centros de producción textil más grandes del Ecuador colonial. Su funcionamiento se basaba en las habilidades de nacionalidades ancestrales andinas en cuanto a tratamiento de fibras naturales, producción de hilos y telares y la confección de piezas indumentarias, haciéndose muy populares a finales del siglo XVII. Según el historiador Ortiz de la Tabla (1982), existieron más de 180 obrajes establecidos en la zona andina ecuatoriana, donde trabajaron más de 16.000 indígenas que produjeron diversos productos textiles; incluso, llegaron a exportarse a Europa.
Sin embargo, el contexto en el que se desarrollaron los obrajes estuvo caracterizado por un sistema de opresión. Además de la apropiación de riquezas, despojo de tierras y saqueos, la explotación laboral a indígenas se convirtió en otra fuente de riqueza. Hoy en día, un empleado trabaja legalmente en promedio 235 días al año. De acuerdo a lo expuesto por Larson (1986), en los obrajes, el indígena obrajero trabajaba 312 días al año, día y noche, con pocas horas para descansar y en medio de insultos y azotes. Los niños eran maltratados y muchos obligados a trabajar. El pago mensual que recibía un obrajero era de 40 pesos, es decir 5 monedas de 8 reales, lo que sería equivalente a $5 dólares en la actualidad. Según Kennedy (1987), de esta cantidad se le descontaba la tasa tributaria y la pensión del cura. Cada indígena obrajero debía costearse su alimento y vestimenta; cuando éste se enfermaba las medicinas eran descontadas de su salario. Teniendo en cuenta que muchas de las enfermedades, que frecuentemente terminaban en muerte, eran causadas por el exceso de trabajo y abuso físico que vivían en los obrajes.
A pesar que muchos historiadores aseguran que los obrajes coloniales dejaron de funcionar en el año 1720 -momento en el que pasaron a manos de propietarios privados-, la producción, incluido los sistemas laborales, iniciaron un cambio progresivo. Trescientos años después podemos decir que estos ‘obrajes’ nunca desaparecieron, solo se modernizaron y transformaron en las grandes y abusadoras manufacturas textiles. En los obrajes, los indígenas trabajaban día y noche casi todos los días del año por cinco dólares; en países de Medio Oriente en la actualidad, millones de mujeres y niños trabajan 84 horas semanales por un sueldo que no sobrepasa el valor de venta de una de las 80 camisetas que confeccionan cada hora. La tragedia del Rana Plaza (Bangladesh), en 2013, fue un escándalo mundial: un edificio de manufactura textil que explotaba a sus trabajadores, colapsó. Dejó más de 1127 muertes y el doble de heridos. Este devastador acontecimiento marcó un antes y un después en la industria de la moda. Las injusticias y explotaciones laborales a las que estuvieron y están sometidos miles de personas, en países pobres, con el afán de abarrotar tiendas y docenas de bodegas de marcas fast fashion, se hicieron públicas. Desde entonces, muchas marcas se han visto obligadas, por organizaciones como Fashion Revolution, a cambiar sus procesos productivos que no implique la explotación laboral. Si bien han existido iniciativas de cambio, la problemática sigue presente. La realidad no ha cambiado, pero nosotros como ciudadanos podemos cambiarla, mejorando nuestras decisiones de compra, exigiendo un comercio justo, siendo conscientes de dónde proviene la materia prima, de cómo y bajo qué medidas se confeccionó mi prenda de vestir.