Nota en colaboración con Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado
Los primeros neandertales que habitaron territorio europeo reconocieron la posibilidad de colgar una piedra llamativa de sus cuellos tan solo con un hilo. Algo que aunque suena extremadamente sencillo, en ese momento -100.000 años atrás-, simbolizó el reconocer la existencia personal al punto de buscar, premeditadamente, decorarse a uno mismo.
Las Vegas (7000- 4000 a.C,), son la primera comunidad de Ecuador en las que se reconoce una intención más elaborada al colocar objetos comunes del entorno en su cuerpo. En este caso, lograron usar huecos naturales de piedras y/o conchas para atravesar el hilo que colgaría de sus cuellos.
En los entierros encontrados, aquellos con elementos de mayor extrañeza y escasez para la localidad serían los que tengan más estatus. Lo más llamativo siempre ha generado una emoción de deseo. En la cultura Valdivia (4000 – 1000 a.C,), por ejemplo, ya se encuentra la repetición de cierto tipo de elementos como la piedra verde y esquistos volcánicos muchas veces, lo que evidencia que ya no solo se trabajaba una pieza al azar, sino que había sido seleccionada por ciertas características y/o estéticas. Lo que llevamos en un determinado tiempo y espacio, ha sido un modo de documentación y caracterización de los contextos que lo rodean. En el periodo Formativo Temprano (4000- 1000 a.C.,), por ejemplo, las habilidades motrices se desarrollaron a tal magnitud que esas conchas y piedras eran talladas adquiriendo formas puntuales, que para el periodo Formativo Tardío 1000- 300 a.C incluirían la cerámica, destacando siluetas humanas (como figurines Valdivia y Chorrera) y/o animales (murciélago, venado, mono), brindando a estos objetos propiedades espirituales o de protección.
Figurina Jama Coaque con collar de cuentas
Para ese entonces ya se puede evidenciar que el estatus en los accesorios se relaciona con el material y el acabado. Algo que se representa, hasta el día de hoy, a través de los diamantes; una piedra escasa (material), que adquiere más valor según la calidad de su tallado (acabado). Con Tolita (300 a.C al 700 d.C.), a ese estatus se suma, por primera vez, el brillo a través de los metales con un trabajo de técnica y especialización que incluía fundir el metal, moldearlo, crear eslabones, así como puntos de unión a través del calor. La Cultura Tolita representó elementos cotidianos por los que sentían un profundo interés y respeto como animales (venado) y semillas (maíz).
La diversificación de usos y técnicas crearon distinciones a través de los accesorios que iban más allá del estatus. También establecieron símbolos que identificaban grupos sociales o su función dentro de la comunidad. Con Jama Coaque (300 a.C- 1500 d.C), se marca el inicio de las cuentas repetitivas, un formato que podía aplicar materiales como la piedra, concha, cerámicas y que simbolizaba las redes de mercado que existían, pues incluso se ha encontrado el uso de piedra Lapislázuli de Chile.
En la cultura Manteño Huancavilca (700- 1500 d.C), las familias se identificaban a través de sellos que usaban como colgantes (que también tenían aplicaciones sobre textiles o la piel), los chamanes usaban colgantes de dientes de animal y los guerreros placas de metal con grabado de animales. Y el más extraño, que marcaría otro momento histórico del Ecuador, el vidrio, un material que llegaría con las primeras navegaciones españolas a América, pero en Ecuador llegó antes que los mismos españoles, evidenciando que nuestra red de comercio era bastante rápida y efectiva. Desde entonces habría otras adaptaciones que conllevarían otros contextos sociales y caracterizaciones. Sin embargo, podemos decir que fue el Ecuador precolombino el que dio forma y significados a lo que hoy conocemos como collar en nuestro país.
Pendiente oro La Tolita, colección MUNA