Comparto con ustedes algo que hablé hace unos años acerca de los ángeles, en el lanzamiento del bellísimo libro ANGELOS, de mi mágico amigo Mauricio Tolosa. Resulta oportuno, para estos días profundos.
Las tradiciones de sabiduría de nuestra humanidad son unánimes. Sea cual sea la cultura de la que provengan, chamanes del Amazonas, asirios, chinos, celtas o mapuches, todas las voces sabias dicen unánimemente lo mismo. Por ejemplo aclaran que la realidad, que lo que conocemos, tiene niveles; niveles evolutivos.
Primer nivel, el reino mineral, rocas, montañas, diamantes, esmeraldas. Luego, en un salto de nivel de complejidad y consciencia, aparece el reino vegetal, la naturaleza verde en su esplendor, los bosques, las flores, la vegetación. El reino mineral es sólido, tiene que ver con la duración, es largo, se transforma lentamente; el mundo vegetal es mucho más sutil y efímero pero vive, se reproduce, da fruto, y como sabemos todos los que amamos el jardín y las plantas, tiene una vibración característica, que para los seres humanos se llama paz. Hacer jardín o caminar por un bosque trae paz. En la vegetación vibra la paz, el silencio, la pureza.
Del reino vegetal nos saltamos al próximo reino de complejidad y consciencia: el reino animal. Ahí tenemos por supuesto leones, tigres, gacelas, aves, mamíferos y todo los demás: movimiento, acción, emociones, entusiasmo, rabia, ternura, todas esas emociones mamíferas que son parte también del sentir de las personas. De ahí pasamos a otro nivel, el nuestro, el nivel humano, el de la mente reflexiva y la creatividad. El nivel del problema. En los reinos anteriores no había ningún problema, ¿qué problema va a haber con los animales, lo vegetal o lo mineral? Ninguno: pura ecología, armonía, perfección. Pero en el nivel humano aparece esta novedad peligrosísima llamada libre albedrío, que permite que los señores humanos atornillemos al revés y destruyamos la armonía, la vida y el planeta, como lo hemos hecho consistentemente en los últimos 20.000 años. Nuestro reino humano no consolida todavía una madurez de conciencia.
¿Termina ahí la realidad? ¿Eso sería todo? Las tradiciones de sabiduría nos dicen que no, que eso no es todo, que luego viene otro nivel de complejidad y consciencia superior que es el nivel angélico. El nivel que hoy día, desde la física, llamaríamos el nivel cuántico; un nivel fuera del espacio y del tiempo donde ocurre la magia de la transformación. Cuando hablamos de ángeles no es necesario ni favorable imaginarlos como las criaturas cristianas con alas, pintadas tan abundantemente en la Edad Media y el Renacimiento. ¿Niñitos alados y amorosos? La experiencia sugiere algo distinto. En las cosas del espíritu, que son inescapablemente subjetivas, lo único que sirve es la experiencia, la carne propia. Solo la experiencia puede deshacer nuestra explicación mental de las cosas, dejarnos por un momento sin escepticismo, sin creencias ni paradigmas de ningún tipo, puro sintiendo, vivenciando, vivenciándonos.
Porque para experimentar ángeles, queridos amigos, se necesita detener la mente llena de palabras y llegar perceptivamente, de corazón abierto, a un lugar y un tiempo muy precisos: aquí y ahora. Los ángeles solo se conocen en el presente. Solamente aquí y ahora, en el instante fugaz, “en este instante fecundo…”, imposible de capturar, están los ángeles. Lo más parecido a los ángeles en la experiencia humana son las flores, sutiles y leves; los pájaros; el cielo con todas sus prodigiosas transformaciones de luz, de color; la música y el silencio… y ese momento bendito en que yo te miro a ti y tú me miras a mí y por alguna magia angélical, en ese ratito no te tengo miedo a ti, ni tú a mí; entonces yo te encuentro maravilloso a ti y tú me encuentras maravilloso a mí, y durante tres segundos nos amamos, y con eso basta.