Por Catalina Cabello @escuelasagitario
Periodista, astróloga, numeróloga, tarotista.
Magick Spaces Magazine II.
En diciembre pasará algo especial. Venus, el planeta del amor y el deseo, empezará su movimiento retrógrado. Visto desde la tierra, pareciera que el cuerpo celeste se estuviera moviendo hacia atrás.
Cada dos años, el astro de la diosa nacida de la espuma se pone lento y su energía, en vez de pasar a toda velocidad por el interior humano, se concentra. Y en este fin de año, de manera inédita, se sentirá fuertemente durante tres extraordinarias semanas, a partir del 19 de diciembre.
Y eso es solo una parte de la historia porque en este movimiento hacia atrás (en el signo de Capricornio, que rige nuestro mundo concreto y material), conectará además con Plutón, planeta que rige procesos de transformación drástica.
Afrodita es una diosa paradójica, así como lo que ella rige: el deseo y el amor. Dos fuerzas que están presentes y en conflicto en todas nuestras relaciones y que se despiertan, por sobre todo, cuando uno se enamora. Por un lado, el deseo es ese combustible magnético, único, impredecible, que se alimenta de la ausencia y representa la violencia que le hacemos al otro. Ese impulso antropofágico de devorar y tener para sí al ser amado. El deseo es el ingrediente esencial del enamoramiento que es la trampa sagrada de Venus, básicamente porque lo que empieza muy bien, puede terminar muy bien o puede terminar muy mal. Como quien desea a alguien en un primer encuentro, se pasa una película llena de colores y al final termina bloqueando al otro de todas las redes sociales para no saber de él o ella nunca más.
La otra cara es el amor, el molde de luz del alma que acoge, invita, une, disfruta de la compañía y la experiencia que trae el otro. Todo lo contrario a rechazar o manipular. El amor es una fuerza de conservación y protección. El deseo, en cambio, es capaz de arrasar con todo, pero nadie ha podido prescindir de él, sin pagar las consecuencias.
Cada época y cultura ha tenido su manera particular de vivir estos temas. En la nuestra, el amor y el deseo están cruzados por internet, las nuevas tecnologías en la comunicación humana y el capitalismo con su lógica de consumo, rendimiento y rapidez. Por ejemplo, hoy el síntoma social se muestra en la incapacidad de formar vínculos amorosos duraderos, a pesar de la hiperconectividad.
Antaño se iba a terapia para resucitar la pasión, después de 20 años de matrimonio o para poder mitigar la culpa del marido que no quiere separarse, pero fantasea con su cuñada, citando algunos ejemplos clásicos del psicoanálisis en otros tiempos.
El sujeto amoroso contemporáneo de las redes no alcanza a pasar la barrera del tiempo. Hombres y mujeres llegan a la consulta sufriendo porque no pueden sostener algo más allá de un par de meses o recién casados que no pueden soportar, ni siquiera, un año viviendo juntos bajo un mismo techo.
Y luego está esa avalancha comunicativa de los algoritmos que incitan a volverse experto en leer estados, notificaciones y signos que parecen enloquecedores y que, además, nunca antes se habían experimentado en la historia. ¡Ahora ni siquiera hay que poner el cuerpo! Se accede a otro a través de una notificación.
«Estaba en línea y no me respondió el WhatsApp», «Ya no ve mis historias en Instagram, debe estar en otra» o “Me bloqueó, quizás volvió con su ex”.
Lo paradójico es que el placer que produce decodificar el comportamiento del otro se puede volver paranoide o peor aún, el placer puede reducirse a vincularse con la imagen virtual del otro, al estilo de un meme que circula por ahí de vez en cuando y que dice «ve todas mis historias, pero nunca me habla».
Otro rasgo de nuestra época tiene que ver con cómo a Venus se la castiga. Si la misoginia del siglo pasado culpaba al deseo femenino llamando a la mujer “puta”, “suelta” o “maraca” (como se escuchaba y aún escucha en Chile), cuando mostraba su interés erótico, el odio de hoy culpa también a la mujer que quiere amar.
En palabras del psicoanalista y filósofo argentino Luciano Lutereau, «se la llama intensa, absorbente, demandante, pero ¿qué amor es comedido? Lo raro es que se quiera dosificar el amor».
Hoy en día puede ser una virtud aplaudida mostrarse sexualmente disponible para el otro, pero no lo es demasiado querer profundizar en la relación.
Ahí aparecen las mujeres que terminan sintiéndose culpables y “necesitadas”, por pedir un escueto mensaje de texto de buenas noches post coitum. Una escena moderna clásica: puedo tener sexo haciendo un clic, pero no tengo a nadie con quien sentarme a compartir la mesa y contarle sobre la discusión que tuve hoy con mi mamá.
No se trata de ser contrario al placer o el sexo. El placer es fundamental para una experiencia erótica, pero si el amor se reduce solo a una experiencia de los sentidos o solo en sexualidad, se pierde el rasgo universal erótico. Por eso el best seller de filosofía de nuestros días se llama “La agonía de Eros”.
La angustia femenina contemporánea más que castigarse por desear (aunque esto todavía está presente, sin duda), sufre por creer haber hecho algo malo por lo que no fue amada. ¿En qué fallé? ¿Por qué el otro aparece cada tres meses y después no me habla más? ¿Por qué nunca más me invitó a salir o quiso profundizar en el lazo?
El temor del varón es otro y tiene que ver con el miedo al ridículo o que no se le pare. De ahí el auge y el negocio millonario de la venta del viagra.
Si antes el varón reafirmaba su estatus en el matrimonio y tener una esposa era una forma de escalar socialmente, hoy una parte de la masculinidad se desplaza y reafirma en el rol del «seductor crónico» o “el soltero”.
Por ejemplo, aquellos que coleccionan respuestas positivas a sus invitaciones a salir, pero nunca concretan un encuentro en vivo y en directo. O los que nunca profundizan en un lazo advirtiéndole a la contraparte desde un principio que “no se confundan” que “no se pasen rollos”, como si en el deseo y el amor esto pudiese suceder y controlarse.
La actitud psíquica del soltero es la de quien no desea saber nada de un lazo que lo comprometa con otro; esto puede pasar en personas que están casadas. El rol del soltero va más allá del estado civil. En otras palabras, la ética del soltero es la de quien nada quiere saber de la castración, es decir, de la pérdida que constituye el erotismo.
Si alguien no está dispuesto a perder, tampoco podrá amar mucho. Si el deseo no destituye, no nos transforma, no nos sacude y supera para que nos sea difícil reconocernos, todo se transforma en un mero cálculo y ahí se pasa al campo de la estadística y la matemática, no de los procesos venusinos.
Algo que cruza a todos, sin embargo, es una suerte de actitud ultrarracionalista, deserotizada y mercantil que no soporta saber que a quien ama siempre será una incógnita y se lleva muy mal con el juego incierto de la seducción, exigiendo satisfacción inmediata, sin demoras y sin que el amor le duela. No dar nada sin calcular antes.
Vivir en la lógica de la demanda y la oferta cortando lazos cuando la relación no aporte la satisfacción esperada, como un refrigerador. Que el otro nos afecte, nos limite, nos condicione o sencillamente nos toque en lo íntimo para conocer o transformar un aspecto psíquico propio, es perder el tiempo.
No creo, sin embargo, que esto sea mejor o peor que antes. El otro día caminando por la calle vi un stencil de Venus (como aparece en el famoso cuadro de Sandro Botticelli). ¡Lo que me saco una carcajada es que la diosa estaba encapuchada!
La verdad es que no tenemos idea de la revolución que nos tiene preparada la fuerza del amor y el deseo, pero puede que esos misteriosos días de diciembre algo nos digan.
Desde la matriz zodiacal, algunas indicaciones para pasar las pruebas que se esconden detrás de la fuerza del amor y el deseo. En el verdadero encuentro con otro, uno nunca sabe lo que va a descubrir de sí mismo. Manipular impide ese descubrimiento. Finalmente, es mejor abrirle la puerta al reflejo de ese yo futuro que me muestra el otro, a quedarme hipnotizado y suicidarme en mi propio reflejo.