¡Feliz cumpleaños Chile! Una oportunidad para que florezca una sociedad en la que el amor importe más que el miedo
Llegó el 18 de septiembre, del brazo de la primavera. Celebramos, junto con la naturaleza generosa, el aniversario del día aquél en que nuestros ancestros criollos despertaron de la modorra colonial, electrizados con las sintonías revolucionarias que alborotaban por entonces al planeta. Ya la libertad, la Igualdad, la fraternidad se estaban instalando, inauditas y luminosas, en el foco del anhelo colectivo. Nunca antes se había soñado algo así.
Maravilloso sería, si de sueños estamos hablando, que al cumplir los 210 años, Chile entrara en una mayoría de edad y asumiera en conciencia plena y responsable su tierra magnífica, su alma herida, su trascendental propósito, su futuro esplendor.
Chile, por supuesto, somos nosotros. Los dueños de casa, los escogidos por un misterioso destino para encarnar aquí, en este increíble, estrecho y largo paisaje de cordillera, fruta y mar. Un suelo cargadísimo con el poder telúrico de estos Andes gigantescos, que son los Himalayas de la Nueva Humanidad. El portal energético que por diez mil años estuvo allá, irradiando iluminación a todo el globo, se trasladó acá, a las montañas de Sur América.
Todo está preparado, en el diseño cósmico, para que florezca aquí una avanzada de la Tierra Prometida: una sociedad en que el amor importe más que el miedo. El miedo atávico, milenario, automático, inseparable de su estratégico engendro, el egoísmo. El miedo oculto en nuestra sombra inconsciente que genera y sostiene, afuera, un sistema social de abuso y engaño y, adentro, un sistema psicológico de represión y desconfianza. El amor no es más fuerte; el miedo ha ganado siempre. En lo humano, lo nuevo, lo poderoso, lo que transformará todo, es la conciencia que está naciendo. ¡Porque la Humanidad está de parto!
El secreto proyecto Chile se materializa desde la magia espiritual de la tierra y el poder de la inspiración angélica. Pero dependerá de nuestro albedrío como protagonistas de este formidable experimento, si el proceso resulta más largo y doloroso, o más fluido y sorprendente. Y basta que una vanguardia consciente abra camino, para que el resto pase por allí. ¡Manos a la obra, entonces! El momento planetario favorece con creces el dejar atrás lo que ya no sirve, soltando opiniones y pleitos añejos, entrando de lleno en la intención generosa de hacer unidad para el bien común. La Fraternidad no es un idealismo bien intencionado, sino un estado natural del corazón abierto.
Todos queremos lo mismo. En la superficie ciega, puede parecer que, para tener yo, te tengo que quitar a ti. En la verdad transparente del alma, se hace obvio que la única abundancia es la compartida, la única felicidad, la que también te hace sonreír. En la luz, nadie está solo.
La tarea chilena se presenta inmensa, imposible; pero ya estamos preparados. La riqueza está, falta compartirla; las soluciones están, faltan las voluntades. Dos grandes cosas podemos hacer de inmediato para potenciar lo necesario. Las dos, internas, íntimas. La primera, perdonar a Chile. Perdonarle su violencia, su ignorancia, su inmadurez. Limpiar nuestro sentir profundo de todo rechazo, todo desprecio por lo nuestro. Dejar de hablar de “este país”, como si fuera de otra gente. Aceptar lo nacional sin condiciones, respetando el enigma de pertenecer aquí. Derretirnos por esta matria de chirimoya y copihue, de boldo y colibrí. De esquina y poesía. Saber de nuevo que casi todos nuestros seres queridos forman parte de esta familia que llamamos Chile, con su inconfundible forma de hablar, de callar, de ser. Hacernos uno con todos los ancestros que la amaron.
La otra cosa urgente, llenar la política de nueva luz. La corrupción y la mentira generalizadas llevaron a la política a su noche más oscura, y a nosotros, comprensiblemente, a un hastío de indiferencia y pasividad. Llegamos a creer que “no me interesa la política”. ¡Como si eso fuera posible! La pandemia y los estallidos muestran clarito que sin entendimiento político, sin decisiones concertadas comunitariamente, lo social comienza a destruirse. Con nuestra vida adentro. La política representa la necesidad de toda comunidad humana de unir voluntades para el bien común. Un arduo proceso. Para hacer esos acuerdos indispensables, necesitamos conversar, escucharnos, renunciar al “esto debería ser así” para poner atención eficaz en “cómo podemos mejorar esto”. Participar, dialogar, compartir, atreverse, votar. No hay manera de dejar de ser ciudadano; optar por abstenerse, por no participar, es permitir que decidan los ambiciosos. Llegó la hora del renacer del actuar político con la ética y la pasión de servicio que son su esencia. Enfoquemos ahí nuestra intención, para que surjan, inspirados, sinceros, los líderes, y sobre todo, las líderes, de la Nueva Humanidad.
Para lo que se viene en Chile, seamos como el cóndor soberano, que vuela imperturbable por encima de toda turbulencia, contemplando el suceder sin apuro ni desaliento, partidismo o zozobra. Porque cuando nuestra mente está así de desapegada, serena, en pura presencia, el corazón puede percibir, gozoso, el despliegue inimaginado del milagroso diseño.