Dice un saber antiguo “no se hunde el bote por la cantidad de agua del mar en que navega, sino por la cantidad de agua que le esté entrando.” En los intensos tiempos que transitamos, resulta decisivo evitar esa entrada de agua a nuestro bote. El agua peligrosa simboliza, por cierto, las mareas de emociones negativas en el océano colectivo. El miedo ante la incertidumbre en aumento, el desaliento, la impotencia. La angustia generalizada.
Nuestra sensibilidad absorbe, sin poder evitarlo, algo de esta oscuridad, un poco de esa condensación emocional, sobre todo en la noche. El desafío que enfrentamos cada mañana, es el de conservar bien seco el zarandeado bote. Sosteniendo firme el timón de la confianza incondicional, disciplinándose con rigor para mantenerse enfocado en el presente, donde nunca nada es tan terrible. Resistiendo las tentadoras películas mentales que nos asaltan toda vez que bajamos la guardia, esas de anticipación en que todo va moviéndose de mal a peor, hasta terminar en tragedia. ¡A nuestro ego le gusta tanto el drama! Para evitar ahogarnos en esos pantanos, hoy la prueba es drástica: cuidar apasionadamente la iluminación interior, que crece día a día con los altos voltajes espirituales llegando al planeta. Y por supuesto, tener siempre en la mira a la estrella de la esperanza.
Lo que vivimos es simple e inmenso; nuestra especie está de parto. Un parto de consciencia: estamos dando a luz una nueva humanidad. ¡Solo que el trabajo de parto duele y asusta tanto! Porque este salto cuántico nos exige una muerte antes del nacimiento, la buena muerte de todo lo que impide la nueva vida. Y en eso estamos. El mundo se encuentra paralizado, expectante, sin salida conocida. Pandemia, estallidos sociales, crisis de todas las instituciones, desplome de la economía forman parte de una sola gran explosión: la de la agonía de la vieja humanidad. El viejo, habitual sistema de injusticia, desigualdad, violencia y egoísmo, hundiéndose por fin como un Titanic inundado por la soberbia y la mentira. Pero el escuadrón de rescate ya está aquí. En las generaciones jóvenes vienen muchísimos seres sanos, íntegros, inmunes al lavado de cerebro del sistema. Con los corazones comprometidos en la misión larga y fraterna de crear una Nueva Tierra. Contundentemente ayudados, desde luego, por las energías de la vida misma y su ley de evolución. Con la inteligencia libre para recibir las soluciones inspiradas que vendrán del Cosmos. Con el alma capacitada para ejercer el don humano más maravilloso, el de amarnos los unos a los otros.
Nuestra misión es acompañarlos, desde el bote de cada uno, con el rayo eficiente de la intención positiva, con la irradiación generosa de la apreciación, el optimismo y la alegría. Viviendo en lo profundo el nuevo estado de ser, pioneros escogidos de un nuevo mundo diseñado en luz. Constatando, asombrados, cómo todos los poderes del espíritu asisten la llegada de la niña divina que está por nacer: la humanidad consciente.