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por Kevin Cortés

Han sido años intensos y de mucho cambio. Años que nos han invitado a la reflexión, introspección, a evaluar nuestras relaciones tanto internas como externas y a replantearnos la forma de vivir y disfrutar la vida.

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Fuente: Biblioteca nacional

Representante de la fuerza, vida, puente con el mundo divino y sanadora de enfermedades. La hoja de coca es un elemento central del pueblo Aymara que, entre otras cosas, permite enfrentar las alturas y superar la fatiga.  Una planta sagrada que actualmente en Chile (y la mayoría de países) se considera una droga ilegal. 

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Venimos saliendo de un eclipse para entrar en otro el cuatro de diciembre. Ya hemos dicho en otras publicaciones que ha sido un periodo energéticamente muy pesado, de mucha transformación, aceptación y crecimiento ¿Qué podemos hacer para tranquilizarnos y cerrar esta etapa de tantas conclusiones? La tarotista Fabiola Cuevas nos comparte un ritual para conectar y aplacar nuestro fuego interior en esta intensa etapa entre eclipses. 

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El viernes 19 de noviembre veremos la Luna oscurecerse producto de la sombra de la Tierra. Este fenómeno, conocido desde la astronomía como eclipse lunar, en la cultura mapuche es comúnmente denominado Lan Küyen o la muerte temporal de la Luna.

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Más del 80% de la población chilena está en cuarentena, una situación que para muchos puede ser sinónimo de agotamiento mental. Aumenta la tensión, el estrés, y la carga emocional, lo que repercute directamente en nuestro cuerpo. Por eso, y con el fin de hacer más ameno el confinamiento, queremos hablarles de una práctica milenaria que trae consigo decenas de beneficios físicos y mentales que podrían ayudarte: el Yoga. Pero no solo eso, queremos presentarte 4 apps que te permitirán conectar la mente con el cuerpo, y desde casa.

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Colaboración de Nicole Inostroza
Video de Vincent Moon 

El cineasta Vincent Moon, que ha viajado por varios rincones del mundo documentando distintas tradiciones en diversas culturas, estuvo en las islas Filipinas conociendo uno de los pueblos indígenas que se sitúan en el Lago Sebu, al sur de Cotabato en Mindanao. Ellos son los Tboli, un pequeño pueblo que habita en las laderas de las montañas del valle Alah, cuyo origen se remite a un mito que habla de una gran inundación, y a su dios Dwata como su gran salvador.

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Con la llegada de febrero, las vacaciones, el verano, el tiempo libre, imaginaba un suceder de jornadas vibrantes de alegría y compartir, el cuerpo y el alma abiertos a celebrar al sol, al mar, a la exuberancia verde de una vegetación recién renacida con la lluvia, los músculos expandidos con tanto horizonte, el corazón rebalsado de tanta amistad.
La vida tenía otra idea. Todo pareció conspirar en una dirección diferente. Días rigurosamente nublados y oscuros, reiterados contratiempos en la inescapable gestión cotidiana, y, sobre todo, un giro misterioso del reloj interno orientándome imperativamente a algo muy alejado de mi deseo: el retiro.
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Colaboración de Nicole Inostroza
Video de Vincent Moon 

El director Vincent Moon ha grabado a las bandas indies más famosas. Beirut, Phoenix y Sigur Rós han pasado por su lente. Moon los expone al hábitat urbano, donde la música sube a los buses, canta en plazas o playas solitarias. Pero desde hace algunos años, se ha enfocado ceremonias, ritos y esta vez su cámara ha mirado más lejos. En medio de un paraje desolado, un cantor de rosto oriental recita versos en un idioma desconocido. Es Baart Mandjiev, quien narra el Jangar —poema épico de los Oirats— para su pueblo, quienes lo observan atentamente mientras cuenta mitos y aventuras. Pero no solo hay rito a la hora de comer, sino también baile. Mientras Mandjiev recorre la calle tocando la dombra —instrumento de cuerda tradicional— y narrando la épica, las personas lo siguen alrededor, vestidos a la manera usual de los calmucos.

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A una amiga le pasó hace algunos años; viene bien al caso recordarlo y contemplarlo sin apuro. Vivía ella en la ciudad de Nueva York, justo cuando su marido fue trasladado a Ginebra a una misión internacional. No iba a renunciar a su trabajo, que le encantaba. Lo solucionó tomando un avión todos los viernes, para pasar el fin de semana en Suiza con él, y volvía lunes o martes. Siempre el mismo vuelo, porque era sin escalas, durante un par de años. Hasta que un viernes cualquiera, partiendo al aeropuerto, un llamado con un inconveniente de última hora en su trabajo la obligó a quedarse. Frustrada, volvió a su departamento a deshacer su maleta y a llamar a su marido por larga distancia -así era entonces-, para informarle del latoso contratiempo. A la mañana siguiente, junto con el desayuno, prendió la televisión para ver noticias. Ese día, la noticia que espantaba al mundo era la caída de un avión de pasajeros en medio del Atlántico. El mismo vuelo de siempre, el que ella no pudo tomar. 

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